1Jn 3:16 En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.
Me encanta este versículo porque nos muestra con bastante claridad la disposición de nuestro Señor Jesucristo para morir en la cruz por nosotros. Y es con esa misma disposición que el apóstol nos exhorta también a nosotros mostrar el verdadero amor de Cristo a través del amor sacrificial para con nuestros hermanos.
Muchos escritores y comentaristas humanizan de tal forma el sacrificio de Cristo que pintan a Jesús como un mártir de la fe por el quien muchos discípulos hasta el día de hoy sienten compasión y simpatía. A grado tal, que son motivados a seguir la causa de Cristo por lastima más que por adoración absoluta.
Si entendemos bien el plan eterno de redención y su puesta en marcha a través del nuevo pacto, podremos darnos cuenta que Jesús no fue un mártir. Jesús no murió injustamente por un complot judío para matarlo. Jesús no fue víctima de un gobierno corrupto. El manifiesta en Juan 10:
Jua 10:18 Nadie me la quita [la vida], sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.
Jesús ya sabía que esa era su función terrenal. De manera que cuando fue tiempo apropiado, él ya estaba listo y dispuesto para poner su vida en rescate por muchos. Ese fue el plan desde la eternidad pasada. Así que no debería sorprendernos que su muerte fuera la cúspide de su ministerio terrenal. Paso lo que tenía que pasar de la manera como tenía que pasar.
Así que ahora, nos dice Juan, que nosotros debemos aprender de este ejemplo: que el amor sacrificial para nuestro prójimo no debe ser un martirio. Sino que debe ser un acto de amor absoluto con tal disposición y gozo que damos la bienvenida a poder dar nuestra vida por nuestros hermanos tal como Cristo dio la suya por nosotros. Que Dios nos ayude a amar a otros como él nos amó a nosotros. Con amor sacrificial.